Sara Hernández

 

El tiempo lo cura todo

 Dicen que el tiempo lo cura todo, pero han pasado más de seis meses de esta pandemia y seguimos sin curarnos. Me desgarré, me refugié, me posicioné en soledad y seguimos sin curarnos.

Fingí tiempo, no funcionó, así que restringí los abrazos, las caricias y los besos, para tratar de no contagiarme.

Decimos que el tiempo lo cura todo, pero este tiempo ha sido una locura. Continué mis días pensando que el tiempo se iba a detener y que nuestra vida volvería a ser tal cual la suspendimos. Entonces se comenzó a salir a las calles: pero el tiempo no ha curado la enfermedad, solamente ha continuado. El tiempo no tiene esta cualidad curativa. El tiempo solo es. Nosotros transformamos esos segundos en minutos, esos minutos en horas, esas horas en días, esos días en años, esos años en vida. En poco más de seis meses traté de curar una vida, solo con tiempo.

El tiempo de cuarentena que de cuarentena solo tiene la fama, seguimos sin curarnos, sigo sin curarme. Al igual que la enfermedad, recaigo de vez en cuando y me coloco en números rojos.

El tiempo no tiene ninguna intención de salvarnos. Puse todas mis esperanzas en el tiempo, crecí, cumplí años, fui más flexible, más cuidadosa con mi cutis, recaí muchas veces, emocional y físicamente. Lloré, obtuve logros, me enamoré, me desilusioné, mis recaídas no fueron tan fuertes. Mis recaídas ya no son tan fuertes. El tiempo no lo cura todo. Todo modifica el tiempo, la cura no pertenece al tiempo, por eso el tiempo lo cura todo.

Los mayores siempre tienen la razón



Tan solo tenía siete años cuando Elizabeth recibió el primer insulto por parte de otra niña más grande: “esa que está atrás, de coletas, es muy fea”. Palabras que jamás borró de su memoria porque la chica que las dijo era la más popular de la escuela, y, por ende, la más bonita.

Durante su infancia las reglas en casa fueron claras: jamás pintes tus uñas o tu rostro, no uses pantalones o ropa ajustada, ¡la gente pensará mal de ti!, procura guardar silencio para que escuches y respeta siempre a los mayores ellos siempre tendrán la razón.

En la escuela era distinta a otras chicas, no encajaba físicamente; jamás usó aretes u otras joyas, su falda era más larga de lo normal, cabello recogido y siempre con suéter. A pesar de no ser tan atractiva, su carisma la llevó a poder relacionarse con todos sus compañeros, convirtiéndose en la más popular por su simpatía.

Al crecer, Elizabeth pensó que todas esas reglas aprendidas en casa iban a protegerla en la vida real, pero para ser verdad, sus inseguridades personales se mezclaron con la rudeza de la calle. Había ocasiones en que no sabía qué más ponerse para dejar de recibir piropos, chiflidos y manoseos. Dejó de usar faldas y shorts, se maquillaba al llegar al trabajo, caminaba rápido y su calzado siempre eran unos tenis, contemplaba que en algún momento tendría que correr. Hacía todo esto porque sería más sencillo cambiar ella y continuar callada, ¡que iba a pensar la gente de ella!, ¡los mayores siempre tienen la razón!

Al principio de su vida, los mayores tan solo eran unos años más grande que ella, Elizabeth aspiraba llegar a esas edades algún día. Fue creciendo y los mayores no se representaban en años sino en autoridades; los padres, los maestros, el sacerdote, el hombre, el gobierno, la sociedad. Esos nombres eran los mayores ante una niña indefensa que debía tapar su cuerpo y ser precavida, porque los mayores siempre tienen la razón, su inseguridad personal se ligó a la inseguridad física y emocional que encontró fuera de casa y otras veces dentro de su mismo hogar.

Estar callada dejó de ser una virtud para convertirse en su mayor condena, lo que pensarán los demás de ella jamás iba a ser algo bueno o de provecho, ser mujer es el blanco perfecto para ser señalada por cada falta que se pueda imaginar. Tras todos estos años de falsas verdades, Elizabeth no llegó a darse cuenta que los mayores no tenían ni un poquito de razón, nada de razón, ¿cuál era la razón?, ¿en que se había convertido la razón?, en qué se había convertido ella si jamás iba a tener la razón.

                                                                                   Cosas

Pensé que era muy estúpido reclamar mis cosas, yo misma me he repetido: “solo son cosas”. Lo material vuelve, las cosas van y vienen, pero los momentos, lo que significaron esas cosas es lo que las hace importantes.

Una noche fui a recoger mis discos de adolescente a casa de mis padres, no tenía sentido tenerlos porque no los iba a escuchar, en mi casa no tenía estéreo y ni carro tenía para escucharlos en el camino. Pero eran míos, así que me los llevé. Una noche cuando mi novio pasó por mí, llevé mis discos a su carro para escucharlos en el camino. Le conté lo que estaba a punto de escuchar y en cada canción me detenía a contarle porqué me encantaba tanto esa canción o porqué simplemente la odiaba.

En esos discos venía mi vals de XV años y mi canción favorita, pasamos de rock, reguetón, bachata y en su mayoría pop. Los dejé ahí, en la guantera de su carro. Lo que más me consternó de perder mis discos fue que todos ellos me los había regalado la misma persona y que uno había comprado con mis ahorros un fin de año. Era música que ya no escuchaba, pero haberlos tenido representaba el inicio de una rebeldía. Pero son cosas, solo cosas. Mis cosas, mis momentos, mis recuerdos, que alguien más se los quedo.

Tiempo después fui a visitar a mi pretendiente a otra ciudad, pasamos toda la noche juntos en su departamento y poco a poco fui despojándome de mis arreglos pequeños, primero me quité mi pulsera, que con jugueteos con mi copa la dejé atorada en ella, luego me despojé de mis aretes porque me molestaban al recargar mi cabeza en sus piernas y al día siguiente antes de meterme a bañar me quité la cadena y la puse en su baño, no recuerdo dónde. Terminé mi ducha y me alisté para ese día, me puse otros aretes y no necesitaba más accesorios, así que los olvidé.

Ahora resulta imposible recuperar esas cosas. Recordé que no era la primera vez, pero estas dos ocasiones que describo tienen semejanza en el significado de las cosas, mis primeros aretes, mi collar favorito, el cual tardé en escoger y la pulsera que me obsequiaron en mi cumpleaños. Creo que a veces solo dejo pequeños fragmentos de mí, con personas que estoy seguras de volver a ver, malamente doy por hecho un suceso que no depende de mí, pero se quedan con una parte de mí.

 

Niña

Matthieu Delahaie

Niña, cuándo entenderás que sola llegaste y sola reirás. Recuerdas cuantas veces lloraste para que mamá regresara, gritaste tan fuerte que tu llanto traspasaba las paredes, pero ella, la causante de tus lágrimas nunca volvió. Estabas muy pequeña cuando pasó eso, como para que lo recuerdes. Y aunque ella estuvo el resto de tu vida, jamás acudió a tus llamados.

Niña has sido fuerte, tu imaginación te ayudó a sopesar la soledad, fuiste amiga de las cabras, de los árboles, de las aves, no sé por qué, pero en los humanos te costó mucho confiar. A pesar de haber llorado tanto cuando eras una bebé, todos te recuerdan más por tus fuertes gritos.

Recuerdas cuando te perdiste en el súper mercado, guardaste la calma y comenzaste a caminar por los pasillos. Creo que hasta ese punto habías entendido que, aún siendo su hija, jamás notarían tu ausencia y aunque gritaras tan fuerte no te buscarían hasta que ellos se percaten que faltabas tú. De nada te servía saber que tú estabas perdida si nadie iba a buscarte. En esa ocasión, volviste a tomar sus manos y volver a casa como si jamás te hubieras perdido.

Creciste, te tocó cuidar a tu hermano ¿Quién te cuidaba a ti, mi niña? Hacías las tareas como podías y procurabas portarte bien. Esto último aún no lo entendemos, para qué. Navegaste sin rumbo un rato, te ibas conforme las olas pasaban, aprendiste a nadar. En el transcurso de ese aprendizaje tuviste muchos sustos, en numerosas ocasiones estuviste a punto de ahogarte.

Cuando por fin volviste a tierra, los pasos eran distintos, mirando las huellas en la arena te dabas cuenta que solo había un par. ¿Dónde quedaron todas esas personas que se cruzaron en tu camino?, supongo que también crecieron; con muy pocas volverás a coincidir.

En el amor romántico espero que entiendas que has recorrido este camino, en desiertos, playas y ciudades, durante todas las estaciones del año, algunas veces descalza y otras con los mejores zapatos. Antes de ese momento, espero que comprendas que tus piernas son fuertes, tus pasos firmes y tú dirección correcta, porque no te tocará vivir como a todos los demás, no te unirás a una vida, ni él o ella a ti. Solo podrás acompañar a otra persona. Eso ocurrirá cuando entiendas que tus llamados no se tienen que convertir en gritos, ni tu llanto debe ser tan amargo. Cuando quien te acompañe, mi niña, note que le haces falta cuando tengas que partir. Espero que esperes, mientras sigas tus pasos y espero notes esos ojos que coincidirán con tu brillo.

Mi niña, hasta ese punto comprenderás que podrás reír sola y también acompañada.

 

Siento un revoltijo en mi estómago cada vez que te pienso, no sé si son mariposas, pero todo dentro de mi da vueltas en desorden. Cuando espero tu mensaje, mis manos comienzan a sudar y constantemente miro el celular con esperanza de que se ilumine porque por fin llego tu respuesta. Pero tardas, me impaciento y mis manos no se controlan. A veces debo disimular moviéndolas un poco, pero eso aumenta mi ansiedad. Entonces me paro, respiro y pienso en lo ilógico que son todas estas reacciones. Me calmo, entonces llega tu mensaje, no tardo en mirar qué fue lo que respondiste, así que apago la pantalla y comienzo a pensar en que sería mejor responderte. Muchas veces solo te contesto por contestarte y eso me hace arrepentirme de mi respuesta, así que te dejo esperando. 

¿Son nervios?, apenas te conozco y sé muy pocas cosas de ti. Constantemente olvido tu nombre y muchas veces no recuerdo tu rostro, procuro no congeniar con tu cuerpo y evito cualquier conversación en persona. Es que mis palabras titubean y me convierto en una persona sin nada que contar, hasta yo me asombro de lo poco interesante que puedo llegar a ser. 

No entiendo porque me pongo nerviosa cuando se trata de ti. He tratado de acostumbrarme a tu presencia para evitar todas estas reacciones, espero funcione.


Margarita

Maja Egli

Ella es una flor de hermosa sonrisa. Sabe sonreír muy bien porque la practicó mucho en momentos tristes, su rostro ha sido la máscara perfecta para ocultar el dolor.

Su mirada suele ser profunda, como si con un vistazo pudiera saber de qué color es tu alma, su confianza es fácil de ganar, pero si la llegas a perder, dudo mucho que puedas recuperarla. Su confianza y a ella.

Como las flores, también necesita sus cuidados, a veces la puedes encontrar muy acompañada y otras veces puede pasar desapercibida. El aire la hace estar siempre en movimiento, nunca para, puede tocar la tierra y el cielo, su expresión de amor son cálidos abrazos.

Entre todas las flores es de las más alta, cuando era muy pequeña se molestaba por los insultos que otras flores le decían por su altura, sus gestos particulares y su nombre.

Ahora reconoce que cada pétalo le ha traído una enseñanza con que ha construido su carácter y que la hacen ser más bella. Aunque eso sea superficial, se encarga de señalarle a las otras flores lo hermosas que son, porque para formar un ramo se necesita de muchas, tan únicas y distintas a la vez.


En la cama

Andy Vible

En la cama se viven los momentos más tranquilos y salvajes de la vida, es una dualidad donde el protagonismo puede ser del soñador o los acompañantes.

Un espacio reducido en un lugar secreto, no a cualquiera se le permite entrar a casa, no cualquiera entra al cuarto, pocos se sientan sobre la colcha y no todos llegan a tocar las sábanas.

Ella es la única que nos espera al terminar el día, con las extremidades expuestas, espera a que volvamos; la dejamos confortarnos, nos abraza con sus suaves mantas y espera que descansemos para comenzar otra aventura en nuestros sueños. Tan considerada es que nos permite crear cualquier escenario para ser feliz, por lo menos durante ocho horas. Imaginar casi nunca es nuestro trabajo, solo debemos entregarle nuestros pesares y dejarnos llevar, la cama se encarga del resto.

Cuando necesitamos un poco más de intensidad, la cama alquila sus espacios para poder entrar con acompañantes. Este alquiler incluye, suavidad, un espacio libre de prejuicios y absorción de nuestro placer. Su sello es la confianza, guardar nuestros secretos íntimos entre sus sábanas y la complicidad que tiene con las paredes para que dejen de ser tan parlanchinas.

La cama arropa el calor de nuestros cuerpos y fantasías, quien acompañada con la almohada están dispuestas a vernos renacer cada mañana y detener nuestra muerte cada noche.


CDMX

James Michael Starr

Para todos no es un secreto que eres mi ciudad favorita.

La primera vez que te puedo recordar tenía 14 años, viajé por primera vez a la Ciudad de México con mi hermano para visitar a mis abuelos. Ellos vivían en la delegación Iztapalapa, en un callejón angosto donde había un enorme portón color negro con una pequeña puerta del lado izquierdo para poder entrar. Adentro había tres casas juntas, un patio lleno de plantas y una bodega al fondo. Cada mañana despertaba al son de unas cumbias, Los Ángeles Azules eran sus vecinos.

La primera noche nos llevaron a comer quesadillas, donde me topé con una pregunta que jamás me hubiera hecho: “su quesadilla, ¿con queso o sin queso?”; quedé boquiabierta, no supe qué responder así que mi abuela contestó por mí. Siendo sincera no sé si fue la pregunta o no estar acostumbrada a comer fuera de casa, pero a mi quesadilla con queso no supe cómo disfrutarla.

En todos esos días las nubes siempre aparecieron, parecían ser días tristes en su mayoría. Como la ciudad es “peligrosa”, muy pocas veces pude salir a conocerla, los gustos de mi familia se resumían en conocer lo superficial de los lugares y monumentos, así que no pude visitar ningún museo durante mi estadía.

 

Volví a Tijuana odiando esa ciudad, pero con un recuerdo lleno de oportunidad. En mis tiempos de estudiante, volví.

Deseaba ir a cada lugar turístico importante; museos, edificios, estadios, ruinas, parques, calles, sabores, colores, experiencias, todo. Después me dediqué a recorrerla sin un plan, entonces descubrí más museos, edificios antiguos, parques... era interminable.

Cada vez que volvía comenzaba una aventura nueva, aunque en mi ciudad siempre me hablaron negativamente de este sitio, mis sentidos comprobaban que era un lugar genuino, donde encontré la mayor diversión. En algunos rincones encontré paz con un hermoso paisaje de ciudad antigua. Las personas fueron cálidas, ahí, justo ahí pude ser en todas mis formas, bailar cumbias, conocer la historia de mi país, estudiar, comer en cualquier rincón. También hubo situaciones a las que nunca estuve expuesta y me hicieron sentir incómoda. Por ejemplo, viajar en metro, donde muchas veces entré en pánico por estar tan cerca de tantas personas. Fue parte de la aventura y puedo estar orgullosa que cada vez fui enfrentando mis miedos, hasta el punto de poder moverme sola.

En Ciudad de México encontré todos mis matices. Si necesito escaparme contemplando mi realidad, volveré las veces que sean necesarias.

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