POEMAS
Sollozas
a mitad de la noche,
tu
deber es cada muerte advertir;
mi
pequeña y tristona hada gris,
a
consolarte quisiera yo ir.
Cada
mortal por igual te teme,
guerreros,
campesinos y reyes.
Te
acusan porque no han comprendido,
la
vida y muerte tienen sus leyes.
En
cada funeral has llorado
de
mis hermanos, mi madre y mi amor.
Mi
familia te maldijo, yo no;
tu
llanto acompañaba mi dolor.
Mi
pequeña, acongojada hada gris,
con
profundo respeto a la vida.
Esta
cansada anciana está lista,
para
ir a hacerte compañía.
Bolsa de plástico
No tiene sentido.
¿Para qué estar congelada en el tiempo?
Dando círculos, sin rumbo, a la deriva de
los demás.
Sin voluntad propia. Sin fuerza.
He escuchado que la no resistencia y dejar
ir,
es el secreto de la vida.
Aun así, no lo veo. No lo siento.
Atrapada en un espacio donde solo hay
suelo.
Soneto de las sirenas
Siempre están en las olas y en la espuma,
guiando marineros a su perdición,
con una hermosa y traicionera canción,
desvaneciendo navíos en la bruma.
Sublimes lamento que rasgan tu alma.
Intoxicado, por más suplicarás,
en dulce locura te sumergirás:
tus penas ahogarse verás con calma.
Trágica ignorancia terminó en muerte.
Cuántas vidas sacrificaron por pensar.
"Doncellas a bordo traen mala suerte".
Hermana, no temas más, ven nadar.
Entre huesos y barcos, como hija del mar,
lo que arrebates, nunca has de regresar.
El
príncipe elfo
Poesía
es
Poesía es deber.
Poesía son votos. Juramento.
Solemnidad a la vulnerabilidad de la condición humana,
hacia los matices del alma; a lo genuino y a lo auténtico.
Fidelidad al corazón.
Convierte palabras en piel,
extrae elegancia de lo cotidiano.
Poesía es santuario y punto de encuentro.
CUENTOS
Una
vez en diciembre
Al igual que todos sabía
que algún día moriría. Cuando era niña me explicaron que la muerte era una
parte natural de la vida y que todos llegaríamos a ese punto, incluida yo. Así
que lo sabía. Lo sabía, pero no lo esperaba.
No
en el baile de Navidad. No a los 16 años. No antes de graduarme. No en el colegio.
No a manos del alumno más caballeroso y apuesto.
Simplemente,
no lo esperé.
El
profesor Nicolás, otro fantasma como yo, dice que es normal que los espectros
pensemos en todas las cosas que perdimos.
Me
quito el uniforme. No necesito verme en un espejo para saber que ahora traigo
el mismo peinado y vestido rosa de la última noche en que respiré. Recuerdo que
en ese entonces también tenía un chal y una tiara que mis padres me regalaron,
pero por alguna razón no puedo ponérmelos.
Como
si no hubiera visto la misma pálida imagen cada Navidad por los últimos 58
años, encuentro un espejo, sonrío débilmente y giro.
Pero
este día, en vez de evitar estudiantes y quedarme en los pasillos, floto hacia
el baile de Navidad; el único evento al que asisto.
En
mi camino, un par de estudiantes me atraviesan y me detengo cerca del piano, a
esperar que comience la música. Pocos humanos pueden verme. Uno me saluda y
devuelvo el gesto con timidez. Me agradan mucho, pero los humanos me ponen muy
nerviosa.
Cuando
las parejas entran a la pista, me uno y comienzo a girar con la música, todo el
tiempo que deseo. Ya no me mareo. Ya no me canso. No puedo chocar con nadie.
Mis pies ni siquiera tienen que tocar el suelo. Aun así, bailo, al ritmo de una
canción que solo yo escucho.
Y
aunque no tengo sentidos, por un momento creo poder sentir a las otras parejas
bailando a mi lado.
-Disculpe,
no la había visto antes en el colegio.
Una
voz grave me habla cuando decido detenerme a observar a las parejas danzar. Un
chico de mi edad, tal vez un poco mayor. Apuesto. No estoy acostumbrada a que
otros fantasmas me dirijan la palabra.
-Casi
nunca salgo de los pasillos, –explico, notando que mi volumen de voz baja, y
devuelvo mi mirada a las parejas bailando en patrones hipnóticos- pero el baile
nunca me lo pierdo.
-Debe
ser una fecha importante para usted –él sonríe, y esa mirada sincera me hace
reconocer su rostro. Lo vi en un retrato hace poco; la escuela entera le hizo
un homenaje. Era un estudiante y amigo ejemplar. Falleció hace un par de años.
-Así
es. Es la primera vez que viene otro fantasma al baile en mucho tiempo –me
encojo de hombros y le devuelvo la sonrisa-. Me alegra.
Por
un momento lamento mi elección de palabras, puesto que probablemente él estuvo
en este evento como humano hace tan solo un par de años, pero sus siguientes
palabras me desconciertan.
-
¿Me concede esta pieza? –me extiende su mano- Ninguna dama debería danzar sola
en un baile.
En
un segundo, todo cobra color. De pronto, estoy en una noche sesenta años atrás,
cubierta de joyas. La piel del joven frente a mí deja de ser pálida, sus
mejillas rosas, llenas de vida, por el atrevimiento de invitarme a bailar con
él. Se acelera el corazón dentro de mi pecho, que de pronto deja de ser
imaginario. Después de unos segundos, una incrédula y tímida risa se escapa de
mis labios.
Lentamente
le doy mi mano, sintiendo cómo mi rostro se ilumina, y juntos flotamos hacia la
pista, donde permanecemos el resto de la noche.
La
sirvienta
Esa
noche perdió completamente la memoria. O al menos eso fue lo
que la sirvienta le dijo a la policía, después del devastador incendio en la
mansión. Nadie la cuestionó.
Eso
explicaba por qué no lloró cuando le dijeron que su patrón falleció. Eso
explicaba por qué no se inmutó de perder su dinero y sus pocas pertenencias. El
médico explicó que tenía lógica; el shock y amnesia eran respuestas posibles
ante un evento tan traumático.
En
su mente, ella deseó que fuera así. Quizás así podría olvidar todos esos años
de explotación y maltratos.
Misión
de búsqueda
La tormenta no cesaba y
la neblina era cada vez más densa. Ignorando el peso y lo helado de mi ropa
empapada, apresuré a mi caballo blanco. Sabía que no se detendría a pesar del
lodo y del granizo, pero en estas condiciones jamás vería la torre al llegar.
Si paraba ahora, toda la misión de búsqueda peligraría, pero si me extraviaba
en la neblina, todo habría sido en vano.
Mi
caballo blanco comenzaba a resbalar en el lodo. Por fortuna, vi las ruinas de
un castillo, y sin pensarlo dos veces, me refugié en él para formular un nuevo
plan. Solo entonces noté lo exhausto y hambriento que me encontraba. La
tormenta se acentuó.
“¡Pablo!”,
mamá gritó, casi azotando la puerta de la casa vacía. En cuanto vio la
bicicleta blanca, llena de tierra, frunció el ceño. “¿Cuántas veces te he dicho
que la bici no se usa en la lluvia? ¡Te vas a resbalar! Y te dije que no
entraras aquí, mañana llegan los nuevos vecinos.” Respiró profundo antes de
continuar. “Tu papá ya encontró a Firulais, estaba en el jardín. Vamos a la
casa.”
Triunfante,
imaginé mi quesadilla y mi chocomilk esperándome, y solo pensé, misión
cumplida.
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