Carolina Quintana

POEMAS


El hada gris

Sollozas a mitad de la noche,

tu deber es cada muerte advertir;

mi pequeña y tristona hada gris,

a consolarte quisiera yo ir.

 

Cada mortal por igual te teme,

guerreros, campesinos y reyes.

Te acusan porque no han comprendido,

la vida y muerte tienen sus leyes.

 

En cada funeral has llorado

de mis hermanos, mi madre y mi amor.

Mi familia te maldijo, yo no;

tu llanto acompañaba mi dolor.

 

Mi pequeña, acongojada hada gris,

con profundo respeto a la vida.

Esta cansada anciana está lista,

para ir a hacerte compañía.


Bolsa de plástico


No tiene sentido.

¿Para qué estar congelada en el tiempo?

Dando círculos, sin rumbo, a la deriva de los demás.

Sin voluntad propia. Sin fuerza.

He escuchado que la no resistencia y dejar ir,

es el secreto de la vida.

Aun así, no lo veo. No lo siento.

Atrapada en un espacio donde solo hay suelo.


Soneto de las sirenas


Siempre están en las olas y en la espuma,

guiando marineros a su perdición,

con una hermosa y traicionera canción,

desvaneciendo navíos en la bruma.


Sublimes lamento que rasgan tu alma.

Intoxicado, por más suplicarás,

en dulce locura te sumergirás: 

tus penas ahogarse verás con calma.


Trágica ignorancia terminó en muerte.

Cuántas vidas sacrificaron por pensar.

"Doncellas a bordo traen mala suerte". 


Hermana, no temas más, ven  nadar. 

Entre huesos y barcos, como hija del mar,

lo que arrebates, nunca has de regresar. 


El príncipe elfo


“Aléjate del bosque en la luna llena”,
dijo sabiamente la sacerdotisa.
“Doncellas como tú ya nunca regresan;
cuídate si escuchas tu nombre en la brisa.”

Esa advertencia es un vago recuerdo,
descalzos pies tras el llamado del viento.
Entre árboles y flores, feliz me pierdo,
una melodía que me quita el aliento.

Un caballero bajo la luz de luna,
con ojos de puesta de Sol y verano,
me espera al otro lado de la laguna.
Su sonrisa hechiza y me extiende su mano:

“Baila conmigo,
entre galaxias y anhelos.
Ven, sé testigo,
juntos toquemos los cielos.”

“Danza, amor mío,
y no sentirás un vacío.”

“Cruza y deja que la música te envuelva,
libera tu alma de toda melancolía;
permite que la realidad se disuelva.”
Sus manos me prometen eterna alegría.

Con mis ojos cerrados crucé el arroyo.
Una primavera eterna entre sus brazos.
La luna tocó música para los dos,
y de ese mundo no me quedaron lazos

“Aléjate del bosque en la luna llena”,
dijo sabiamente la sacerdotisa.
Mi príncipe se fue con la luz del alba,
y junto con él, por siempre mi sonrisa.

Baila conmigo,
tú eres mi único anhelo.
Ya fui testigo,
lo humano no es como el cielo.

Vuelve, amor mío,
y quítame este vacío.
Quítame este vacío.
Quítame este vacío.


Poesía es


Poesía es deber.

Poesía son votos. Juramento.

Solemnidad a la vulnerabilidad de la condición humana,

hacia los matices del alma; a lo genuino y a lo auténtico.

Fidelidad al corazón.

Convierte palabras en piel,

extrae elegancia de lo cotidiano.

Poesía es santuario y punto de encuentro.


CUENTOS

Una vez en diciembre

Al igual que todos sabía que algún día moriría. Cuando era niña me explicaron que la muerte era una parte natural de la vida y que todos llegaríamos a ese punto, incluida yo. Así que lo sabía. Lo sabía, pero no lo esperaba.

No en el baile de Navidad. No a los 16 años. No antes de graduarme. No en el colegio. No a manos del alumno más caballeroso y apuesto.

Simplemente, no lo esperé.

El profesor Nicolás, otro fantasma como yo, dice que es normal que los espectros pensemos en todas las cosas que perdimos.

Me quito el uniforme. No necesito verme en un espejo para saber que ahora traigo el mismo peinado y vestido rosa de la última noche en que respiré. Recuerdo que en ese entonces también tenía un chal y una tiara que mis padres me regalaron, pero por alguna razón no puedo ponérmelos.

Como si no hubiera visto la misma pálida imagen cada Navidad por los últimos 58 años, encuentro un espejo, sonrío débilmente y giro.

Pero este día, en vez de evitar estudiantes y quedarme en los pasillos, floto hacia el baile de Navidad; el único evento al que asisto.

En mi camino, un par de estudiantes me atraviesan y me detengo cerca del piano, a esperar que comience la música. Pocos humanos pueden verme. Uno me saluda y devuelvo el gesto con timidez. Me agradan mucho, pero los humanos me ponen muy nerviosa.

Cuando las parejas entran a la pista, me uno y comienzo a girar con la música, todo el tiempo que deseo. Ya no me mareo. Ya no me canso. No puedo chocar con nadie. Mis pies ni siquiera tienen que tocar el suelo. Aun así, bailo, al ritmo de una canción que solo yo escucho.

Y aunque no tengo sentidos, por un momento creo poder sentir a las otras parejas bailando a mi lado.

-Disculpe, no la había visto antes en el colegio.

Una voz grave me habla cuando decido detenerme a observar a las parejas danzar. Un chico de mi edad, tal vez un poco mayor. Apuesto. No estoy acostumbrada a que otros fantasmas me dirijan la palabra.

-Casi nunca salgo de los pasillos, –explico, notando que mi volumen de voz baja, y devuelvo mi mirada a las parejas bailando en patrones hipnóticos- pero el baile nunca me lo pierdo.

-Debe ser una fecha importante para usted –él sonríe, y esa mirada sincera me hace reconocer su rostro. Lo vi en un retrato hace poco; la escuela entera le hizo un homenaje. Era un estudiante y amigo ejemplar. Falleció hace un par de años.

-Así es. Es la primera vez que viene otro fantasma al baile en mucho tiempo –me encojo de hombros y le devuelvo la sonrisa-. Me alegra.

Por un momento lamento mi elección de palabras, puesto que probablemente él estuvo en este evento como humano hace tan solo un par de años, pero sus siguientes palabras me desconciertan.

- ¿Me concede esta pieza? –me extiende su mano- Ninguna dama debería danzar sola en un baile.

En un segundo, todo cobra color. De pronto, estoy en una noche sesenta años atrás, cubierta de joyas. La piel del joven frente a mí deja de ser pálida, sus mejillas rosas, llenas de vida, por el atrevimiento de invitarme a bailar con él. Se acelera el corazón dentro de mi pecho, que de pronto deja de ser imaginario. Después de unos segundos, una incrédula y tímida risa se escapa de mis labios.

Lentamente le doy mi mano, sintiendo cómo mi rostro se ilumina, y juntos flotamos hacia la pista, donde permanecemos el resto de la noche.


La sirvienta

Esa noche perdió completamente la memoria. O al menos eso fue lo que la sirvienta le dijo a la policía, después del devastador incendio en la mansión. Nadie la cuestionó.

Eso explicaba por qué no lloró cuando le dijeron que su patrón falleció. Eso explicaba por qué no se inmutó de perder su dinero y sus pocas pertenencias. El médico explicó que tenía lógica; el shock y amnesia eran respuestas posibles ante un evento tan traumático.

En su mente, ella deseó que fuera así. Quizás así podría olvidar todos esos años de explotación y maltratos.


Misión de búsqueda


La tormenta no cesaba y la neblina era cada vez más densa. Ignorando el peso y lo helado de mi ropa empapada, apresuré a mi caballo blanco. Sabía que no se detendría a pesar del lodo y del granizo, pero en estas condiciones jamás vería la torre al llegar. Si paraba ahora, toda la misión de búsqueda peligraría, pero si me extraviaba en la neblina, todo habría sido en vano.

Mi caballo blanco comenzaba a resbalar en el lodo. Por fortuna, vi las ruinas de un castillo, y sin pensarlo dos veces, me refugié en él para formular un nuevo plan. Solo entonces noté lo exhausto y hambriento que me encontraba. La tormenta se acentuó.

“¡Pablo!”, mamá gritó, casi azotando la puerta de la casa vacía. En cuanto vio la bicicleta blanca, llena de tierra, frunció el ceño. “¿Cuántas veces te he dicho que la bici no se usa en la lluvia? ¡Te vas a resbalar! Y te dije que no entraras aquí, mañana llegan los nuevos vecinos.” Respiró profundo antes de continuar. “Tu papá ya encontró a Firulais, estaba en el jardín. Vamos a la casa.”

Triunfante, imaginé mi quesadilla y mi chocomilk esperándome, y solo pensé, misión cumplida.

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