Ricardo Hipólito


HAIKUS



El alba rompe,

la luna se esconde;

el sol se ríe.



 

Gusanos comen,

fuego fatuo emerge;

miasmas florecen.



 

Luz disminuye,

sombras se acumulan;

ojos se cierran.

 


Ella me mira,

su sonrisa se borra,

mi cuerpo tiembla.

 


El volcán ruge;

mientras la gente grita,

los bosques arden.

 

 CALIGRAMA


MICROFICCIONES

La bala



Mientras abría los ojos para ver cómo la oscuridad abundaba a mi alrededor, el sonido de la bala percutiendo en el cañón seguía retumbando en mis oídos,  mi mano todavía sentía el peso del arma, y mi boca aún tenía sabor a plomo. 

Ataúd


Los sollozos de mis familiares, opacados por la marcha fúnebre que retumbaba con fuerza en todo el cementerio, se escuchaban lejanos. La tierra llenaba la fosa cada vez más, y mis suplicas de auxilio se escuchaban cada vez menos.

 

Nocturno


Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, cuando del piano empolvado, colocado en el salón vacío de mi casa, comenzó a sonar la pieza que tocabas cuando estabas conmigo.

 

CUENTO

Daniela


Daniela abrió sus ojos, jadeando y gritando, huyendo de un sueño que no lograba recordar. Alumbrada por una tenue luz nocturna que se filtraba por una humilde ventana, pudo advertir la inhospitalidad del lugar en donde se encontraba. La pequeña alcoba se hallaba sucia e invadida por una peste penetrante que provocaba arcadas. La pieza sólo contaba en su interior con el lecho donde Daniela había reposado, la ventana que iluminaba la habitación y una vetusta puerta de madera.

La pequeña ventana se encontraba abierta, Daniela se asomó, y quedó estupefacta al contemplar que el cuarto se encontraba en lo alto de un risco rodeado por un bosque inmenso iluminado por la débil luz de la luna. Aquel paisaje la hizo consternarse, ella no recordaba cómo ni cuándo había llegado a aquel lugar, sin embargo, sabía que tenía que volver a casa. La vieja puerta parecía ser la única salida de aquel lugar, intentó usar el picaporte, pero no tuvo éxito.

 Golpeó la puerta y gritó con la esperanza de que alguien acudiera en su auxilio, pero nadie se presentó. Después de pasar incontables horas repitiendo la misma táctica, la desesperación comenzó a apoderarse de ella, y el miedo y la angustia inundaron todo su ser. Bramó hasta que sus cuerdas vocales no pudieron emitir sonido alguno, vapuleó la puerta hasta que sus nudillos hinchados se llenaron de sangre, y rasguñó la madera hasta que todas sus uñas se desprendieron de sus dedos.

Las opciones se le acababan, salir por la ventana parecía ser la única vía de escape. Daniela se acercó al umbral y contempló el abismo, con miedo inefable, cerró sus ojos, se armó de valor y se lanzó al vacío… Después, Daniela abrió sus ojos, jadeando y gritando, huyendo de un sueño que no lograba recordar…

 

Él



Poco tiempo después de enfermar, cuando aún podía valerme por mí mismo, fue cuando lo vi por primera vez. Su sombra, acompañada por una gelidez insoportable y un silencio estentóreo, se manifestó proyectándose en todos los recovecos de mi habitación.  Se hallaba fuera de mi hogar, alumbrado por una endeble luz proveniente de la noche. Ni su vestimenta, ni las facciones de su semblante eran visibles, sin embargo, verlo me enervaba de sobremanera.

Abrumado por su presencia, cerré las cortinas y me dirigí a la cama con la esperanza de que aquel episodio tan desagradable terminara. Para mi sorpresa, aún con el velo en la ventana, su hostigosa sombra se seguía reflejando en toda mi pieza. Aquella noche no pude concretar el sueño, y su presencia no desapareció sino hasta que rompió el alba.

Por la flaqueza de mi salud, pensé que aquel suceso había sido provocado por los daños que la enfermedad infligía en mi cuerpo. Sin embargo, aquel evento se volvió a repetir durante las noches siguientes, con la diferencia de que cada vez su silueta se acercaba más a mi hogar. Debido a la cotidianeidad de sus visitas, su presencia me dejó de perturbar como la primera vez, sin embargo, el miedo y la repulsión seguían estando presentes. Su sombra atestaba mi habitación cada vez con más intensidad, la temperatura descendía a niveles infernales y el silencio se volvía cada vez más ensordecedor.

Cuando los estragos de mi enfermedad me obligaron a reposar todo el tiempo en mi cama, Él se apersonó en la puerta de mi alcoba. Su rostro, que nunca antes había visto, me resultaba familiar; y sus extrañas facciones evocaban recuerdos tan lejanos en mí que parecían pertenecer a otra persona. Un olor rancio llenó mi habitación, y conforme pasaban los días éste se volvió más penetrante. Su sombra invadió mi cuarto de tal manera que mi visión se volvió nula, y el silencio que lo seguía hacía eco en todo mi cuerpo.

Finalmente, cuando mi espíritu y mi cuerpo se dieron por vencidos, Él camino tranquilamente desde el umbral de la puerta y se sentó en mi lecho. Algo insólito sucedió después, aquel frío abominable se tornó en la calidez más abrazadora que había sentido, su sombra ya no me hostigaba, sino que me abrazaba, y el silencio tan ominoso que lo acompañaba, me pareció confortable. Después, Él me arropó, me cantó una canción, y me dio un beso en la frente que me hizo cerrar los ojos.

 

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