Edith Flores


CALAVERITAS

La catrina en pandemia

La catrina llegó a la fiesta.

Dijo: “que pandemia es ésta;

todos con sus cubrebocas

parecen calacas locas”.

 

Locos los que no se cuidan,

los que salen sin protección,

que aunque no lo quieran

me los llevaré sin ton ni son.

 

Será la covid o el Sars-Cov2,

será sin la cuarentena,

será sin la precaución,

como sea, yo me llevo a dos.

 

La catrina con cubrebocas

luce guapa de su boca,

pero aunque ella se cubra

la covid también le toca

Edith Flores Sánchez


CUENTOS

 Cuando la pandemia nos alcanzó

Katie McCann

Fue en diciembre de 2019 cuando en China una extraña enfermedad asolaba a la ciudad de Wuhan, “Un murciélago infectado que alguien se comió” se decía, “los mercados clandestinos son los culpables” se rumoraba. El resto del mundo no nos asombramos con la noticia pues de todos es bien sabido que los animales exóticos son tradicionalmente consumidos en China en una gran variedad de platillos, y como su consumo está ciertamente limitado a ese continente, pensamos que la enfermedad pronto pasaría.

Mientras eso sucedía, el mundo seguía su marcha, las fiestas navideñas y por el año nuevo en todo el mundo se daban sin restricciones, personas viajando, familias festejando, comercios vendiendo, en fin, todo el mundo disfrutando sin preocupaciones, pues un año nuevo llegaba y con él las expectativas de tiempos mejores en todo y para todos.

Pero todas esas expectativas estaban muy alejadas de la realidad pues al pasar del tiempo se descubrió que la enfermedad era provocada por un terrible virus potencialmente contagioso que nadie sabía a ciencia cierta de dónde había llegado ni exactamente cómo se contraía, lo peor del caso fue que ese virus no pudo ser contenido ni erradicado tanto de la ciudad como del país, pues los contagios se fueron extendiendo a otras ciudades del mismo e incluso, a otros países en poco tiempo, la epidemia se propagó y en todo el mundo surgió la pandemia del covid-19.

Aquella pandemia que nunca imaginamos que llegaría, aquella que creíamos que sólo había ocurrido en tiempos pasados cuando la ciencia y la tecnología aún no eran tan avanzados, aquella pandemia que no creímos que nos llegaría por estar tan lejos, ésta, esta pandemia del siglo XX, esta pandemia que nunca nos imaginamos vivir estaba aquí, nos había alcanzado.

Tres meses después nuestro país ya era parte de las estadísticas que nunca quisiéramos estar, pues los infectados surgían casi por minuto, los hospitales no se daban abasto y el número de muertos irremediablemente crecía cada día más.

Estábamos iniciando marzo cuando mi jefe me pidió una propuesta de trabajo a distancia, recuerdo que era viernes cuando llegó la petición, la solicitaba para el lunes y decidí no dejar pendientes, así que me tomé el tiempo necesario para investigar, prepararla y entregarla, siempre pensando en que no se necesitaría implementar, pues a pesar de que ya éramos parte de las estadísticas mundiales, las noticias emitidas por los medios de comunicación mostraban lo contrario.

Aún recuerdo la última plática con mis amigas en el comedor de la oficina, una verdadera polémica:

-Yo no quiero que nos pongan en cuarentena -argumentó una de ellas. Voy a engordar, pues me la pasaré comiendo.

-Yo no podré hacer ejercicio -dijo otra. Me la pasaré encerrada entre cuatro paredes.

Una más dijo:

 -¡No podré sacar a pasear a mi perro por las tardes y se va a estresar mucho!

- ¡Me podría volver loca! -dijo la última. Mis vecinos ponen la música a todo volumen todo el tiempo.

A pesar de los comentarios de cada una, todas reíamos pues se nos hacían disparatados algunos de los comentarios, pero a pesar de ello la atmósfera imperante era de cierto desconcierto y confusión, yo por mi parte afirmé:

-No debemos preocuparnos por ello -dije con cierta calma. Nuestros jefes aún no han avisado nada, por lo cual un posible confinamiento estaría lejano.

Ese día por la tarde todavía pude acudir con mis amigas al gimnasio que está cerca de la oficina. Como siempre, dejé en el casillero mis cambios de ropa y objetos personales, pues los fines de semana llevaba los cambios para la siguiente y sólo me llevaba lo que no necesitaba por día. También dejé un bocadillo que una de mis amigas me había invitado, lo degustaría al siguiente lunes, días en que regresaba a casa en transporte público y aprovechaba para leer un poco en el camino.

El fin de semana transcurrió como siempre, era marzo y estaba por iniciar la primavera por lo que acudí al centro comercial a comprar unas sandalias que me habían encantado desde que anunciaron los avances de la temporada en una tienda departamental y de paso, un par de vestidos vaporosos para estar cómoda con la temporada calurosa que se avecinaba.

Ya en casa, intentando hacer combinaciones con los accesorios y las prendas que tenía, llegó un mensaje urgente de la oficina, era mi jefe. Nadie se debe presentar en la oficina a partir del lunes decía el comunicado con letras rojas. Estaremos en cuarentena para evitar un posible contagio. Esperen indicaciones en los próximos días.

            Finalmente, las autoridades habían declarado a nuestra ciudad en emergencia por la pandemia y en ese momento ya las noticias daban indicaciones de qué artículos se debían comprar para permanecer 10 días en aislamiento, sin salir más que a lo estrictamente esencial, por lo que publicaban listas de la cantidad de alimentos perecederos y no perecederos a adquirir para esa cantidad de tiempo.

La situación en realidad se tornaba alarmante, pues cuando fue la epidemia por la influenza, no hubo tales recomendaciones, sólo usar cubrebocas y mantener ciertas precauciones al estar fuera de casa, pero nada como almacenar víveres y limitar las salidas al máximo a sólo lo verdaderamente importante.

Nunca había hecho tantas compras de víveres como en esa semana, entre mi madre y yo fuimos dos días al supermercado y en ambas ocasiones compramos despensa suficiente para dos semanas, compramos de todo previniendo que no nos faltara nada durante ese tiempo. Los dos siguientes días los destinamos a ir al mercado y a las tiendas locales para adquirir alimentos frescos que pudieran ser susceptibles de congelación y otros que pudieran almacenarse por un tiempo medio.

Esa semana inusual transcurrió rápidamente, pues entre el tratar de comprar los alimentos necesarios y adecuados para el tiempo indicado, así como jabones en diferentes presentaciones, desinfectantes y tratar de asimilar la situación, cuando me di cuenta ya era fin de semana nuevamente.

Durante esa semana en la oficina no hubo atención a usuarios pues se estaban implementando las formas de trabajo a distancia y con ello, la capacitación en el uso de herramientas digitales que, por no necesitarlas en nuestro trabajo cotidiano, muy pocos, si no es que ninguno, sabíamos usar; por consiguiente, en las siguientes semanas junto con la reanudación de la atención a los usuarios, fueron de intensa capacitación, casi todos los días después del trabajo teníamos que conectarnos para aprender herramientas y formas de trabajo a distancia, nuestro jefe convocaba a juntas cada semana para ver cómo nos sentíamos y qué tal nos estaba yendo con las nuevas formas de trabajo.

Esas primeras semanas fueron de mucho aprendizaje en muchos sentidos: el trabajo desde casa en el mejor lugar de la misma, el organizar los tiempos de manera diferente a cuando estamos fuera de casa, el portar ropa cómoda para permanecer mucho tiempo en la misma posición, el estar las veinticuatro horas del día en el mismo espacio para trabajar, cocinar, dormir, tratar de distraerte y convivir con la familia todo ese tiempo. Sin duda fue y sigue siendo un gran aprendizaje, pues aprendes a valorar muchas cosas, a eliminar las que realmente no necesitas en el día a día y a adoptar las que nunca adoptarías en una situación común y corriente.

    Han pasado ya siete meses de confinamiento, a veces pierdo la noción de las horas y pienso que ha pasado mucho tiempo; a veces pienso que es menos y hay días en que no sé ni qué día es, pero no porque esté enloqueciendo o encerrada entre cuatro paredes como decía una de mis amigas, sino porque la vida se ha vuelto más monótona que antes, pues las nuevas rutinas nos impiden salir y convivir con gente diferente a la familia.

La adaptación a la “nueva normalidad” ha sido progresiva. Al principio, ir al supermercado era como una carrera contra reloj en la que había que tomar todos los productos y ponerlos en el carrito lo más rápido posible y llegar a la caja en primer lugar para salir ganador de la tienda, hoy en día, lo hago igual de rápido porque ya sé en qué pasillo y en qué estante están los productos, y llego directamente sin tener que buscarlos, siendo mi estrategia la siguiente: dirigirme al final de la tienda y recorrer los pasillos vacíos obteniendo mis productos y en el momento en que se acerca alguien, alejarme discretamente e irme a otro pasillo y así hasta llegar a la entrada de la tienda, de esa manera encuentro mis productos más rápido y mi estancia en el lugar es corta.

Claro que no todos hacemos las cosas de la misma manera.

“Yo prefiero pedir las cosas a domicilio del mercado cercano”, dice una de mis amigas. Y de manera pícara agrega: “así aprovecho para ver al chico que hace las entregas pues está muy guapo”. “A mí me lleva mi vecina en su carro”, dice otra, “pues el supermercado está lejos y no quiero andar en transporte público”. “Yo tengo cerca el supermercado”, dice una tercera, “pero aun así prefiero ir en mi carro para exponerme lo menos posible”. “Yo compro en el puesto que ponen en la esquina de mi casa”, comenta la última, “llego cuando el señor acaba de abrir el puesto y así evito el contacto con más gente”.

Como las situaciones extremas y “desconocidas” nos hacen adaptarnos, adaptar y adoptar actividades que antes no hacíamos y que ahora poco a poco empiezan a ser cotidianas y hasta normales, pues con tanto tiempo de encierro sin poder hacer una vida tradicional fuera de casa, tenemos que buscar la manera de realizar nuestras actividades de alguna manera que satisfagan nuestras necesidades inmediatas.

Aunque claro, esto del confinamiento no es nada sencillo, la adaptación no es tan fácil, se dice así, pero no lo es, los estragos se ven con el paso del tiempo, tus músculos se endurecen si no haces ejercicio, tu espalda también paga el precio si no cuentas con una silla cómoda para trabajar tanto tiempo en la misma posición, los ojos también te pasan la factura, pues ahora el trabajo es mucho más que cuando estás en la oficina pues la entrega del servicio a los usuarios requiere actividades adicionales, a diferencia de cuando recibían de manera física esa misma atención.

Pero lo más terrible de estar confinado es no poder ver ni abrazar a tus seres queridos, estén cerca o lejos, o no poder estar con tus amigos en los momentos difíciles, o el enfermarte y dudar entre salir a consultar a un médico por miedo a contagiarte o mejor esperar a que se te pase el malestar con la esperanza de que éste no se agrave.

Al inicio de la cuarentena pasamos por una angustia desesperante pues en la oficina de mi hermana en donde también trabaja mi sobrino menor, varias personas resultaron contagiadas por el virus, entre ellas, su jefe, al cual el virus le afectó fuertemente, el saber eso y la incertidumbre de pensar que ellos podrían contagiarse también, me hizo sentir un miedo terrible, una ansiedad extrema, fue una semana eterna al esperar los resultados de las pruebas que les realizaron y al fin, el sábado por la mañana mi hermana nos envió los resultados que indicaban que eran negativos al virus ella y mi sobrino. En casa nos abrazamos y lloramos de alegría agradeciendo por la buena noticia que acabábamos de recibir. Ese día fue fiesta para nosotros, el alma nos regresó al cuerpo logrando tener una calma relativa pues, aunque ellos no estuvieran contagiados. Algunos de sus compañeros que sí lo estaban no dejaron de ir a trabajar, con esa aparente calma pasaron varias semanas hasta que al cabo de un tiempo todos sus compañeros y principalmente su jefe recuperaron al cien por ciento su salud y todo en su oficina volvió a la normalidad, en ese lapso lo único que nos tranquilizaba era que mi hermana nos hacía videollamadas al salir del trabajo con lo que podíamos comprobar que los dos se encontraban bien.

Pero eso no ha sido todo, hace un par de meses, mi sobrina la mayor, hija de mi hermana la mayor se contagió con el virus, la noticia fue demoledora pues mi cabeza comenzó a imaginarse lo peor. Ella al principio tuvo síntomas leves, falta de olfato y sentido del gusto con lo que podía seguir trabajando desde casa y atendiendo a sus gemelitos y su esposo, pero llegó el momento en que ya no tenía fuerzas ni para sostenerse en pie, con toda la desesperación, mi hermana se llevó a los gemelitos a su casa mientras que mi sobrina y su esposo se quedaron aislados esperando su recuperación, fueron dos semanas de intensa angustia pidiendo que los malestares no se agravaran, dándole medicamentos, refuerzos vitamínicos, tés y el reposo absoluto obligado debido a su debilidad. Nuestra alma pendía de un hilo, pero al cabo de dos semanas y media los síntomas desaparecieron, mi sobrina recuperó su salud, su esposo nunca se contagió y pudo al fin volver a cuidar a sus gemelitos, los cuales no podía ni cargar por la debilidad que experimentó.

Estar confinado es complicado pero es mas complicado saber que a tu familia le sucede algo y no poder ayudarla., visitarla, tocarla, sentirla; cerciorarte que se encuentra bien. Y lo mismo pasa con tus amigos, conocidos o vecinos. Te enteras de tantas cosas que llega un momento en el que te preguntas si vale la pena estar confinado. ¿Qué mata más: la pandemia o el estrés¿Y si esto nunca termina? ¿Y si esto es solo el inicio de algo más grave? ¿Acaso la selección natural efectivamente va a proteger a los más fuertes? O es solo que... ¿la pandemia en en realidad una sindemia? ¿O se trata de que estamos entrando a un nuevo orden mundial?

Llega un momento en el que la mente te juega sucio y te hace cuestionarte todo tipo de cosas, algunas tal vez absurdas otras tal vez sin sentido, pero afortunadamente esos episodios de desconcierto, de sin razón, de pánico, se disipan rápido y te hacen cuidarte más, ser más precavido y exigente con las medidas de prevención tanto dentro como fuera de tu casa y todo ese entendimiento ahora te hace preguntarte ¿por qué la gente no entiende?, ¿por qué no se cuidan?, ¿por qué al primer minuto de anunciar que un espacio público se ha abierto todos salen despavoridos como si fuera el último día en que ese lugar va a estar ahí? ¡Como si fuera vital estar aglomerados en tal o cual lugar y sin tomar las debidas precauciones!

Hay mucha gente que dice: “Yo no me cuido porque no creo en la pandemia, no creo que exista el virus. Y agregan: “no conozco a nadie que se haya enfermado de eso”. Y pienso, qué bueno que no conocen a nadie que se haya contagiado del virus porque desafortunadamente yo…, yo sí. 

 

Ovi el ovillo

Rebeka Elizegi 

Hubo una vez un ovillo de lana que vivía en el cajón de un armario junto con otros de su misma especie, los había de algodón, lino, angora, cachemir, alpaca y mohair, algunos eran ovalados; otros redondos, algunos grandes, otros chicos, gruesos, delgados; en colores lisos, jaspeados o multicolores; todos vivían juntos y felices en el mismo cajón y estaban organizados por tamaño sin importar su color o tipo.

Cuando el cajón se abría, Ovi se estiraba y se estiraba entre los otros ovillos, casi se subía sobre los demás para ser visto pues él había sido acomodado en la parte de atrás del cajón por ser de los más grandes; entonces, una mano tersa y blanca buscaba aquellos que fueran iguales ya fueran en tamaño, color o textura dejando a Ovi siempre dentro del cajón.

Así pasaron algunos días, incluso semanas. El cajón se abría, Ovi se estiraba, brincaba en su lugar, se subía en los otros o incluso corría abriéndose paso entre los demás, pero al llegar al inicio del cajón éste se cerraba abruptamente y la mano tersa y blanca no lo elegía a él.

El cajón aún tenía suficientes ovillos pues sólo habían salido de él los de algodón y lino, quedando el resto aguardando la temporada de frío; sin embargo, Ovi había perdido toda esperanza de ser elegido cuando se abriera otra vez el cajón.

Entonces, ¡sucedió!

Un domingo por la mañana nuevamente el cajón se abrió y la mano tersa y blanca entró presurosa, tomó un ovillo y lo dejó, tomó otro y lo soltó, revisó y no encontró, apartó a los demás buscando, y ahí, en su lugar, al fondo del cajón entre el cachemir y el mohair estaba Ovi, suavecito, esponjado, colorido y calientito. Un rayo resplandeciente de sol lo iluminó despertándolo, entonces la mano se dirigió a él y lo tomó con suavidad. Ovi se puso feliz por salir del cajón y dos semanas después reapareció mucho más contento, pues al fin había logrado lo que tanto había soñado: convertirse en un hermoso suéter de lana.

 

La prepa

Jacob Sutton

Al fin, la oportunidad que estaba esperando, y el proceso fue tan rápido que apenas lo puedo creer. Voy a trabajar en una de las mejores escuelas de la ciudad, la Preparatoria Sureña, una de las más populares y prestigiadas del país. La he visto en fotos y es una escuela muy bonita, con enormes áreas verdes y grandes estacionamientos, los edificios tienen una arquitectura antigua con ventanales estilo Art Déco.

Estoy nervioso, hoy es la cita para la entrevista con la coordinadora. Si me han citado es porque les ha interesado mi currículum, así que no tendré de qué preocuparme, me iré con tiempo suficiente pues es la primera vez que voy a esa zona de la ciudad y no quiero llegar tarde.

Después de dos horas de camino y de ver la ruta en el mapa de mi teléfono he llegado a la preparatoria. Entro por uno de los estacionamientos. Desde el filtro de entrada (a lo lejos) veo un edificio. Después de un rato de buscar y preguntar me encuentro con un edificio marcado con la letra D. Subo al segundo piso. Del lado izquierdo del pasillo está la oficina de la coordinadora, al llegar, me recibe muy amablemente y después de unos minutos de entrevista me dice:

-Profesor, usted es la persona ideal para la clase -y agrega- no sé por qué no nos duran los maestros de arquitectura, todos se nos van antes de que termine el semestre.

A lo que yo respondí:

-Conmigo no tendrá ese problema, estaré dispuesto y encantado de trabajar aquí por varios semestres.

Ese comentario me hizo sentir que estaba ante un gran reto, pero también me hizo pensar que no estaba dispuesto a que a los estudiantes no les gustara mi clase.

Saliendo de la oficina y ya con más calma, me dediqué a admirar la hermosa construcción de la preparatoria, las marquesinas de fino acabado, los enormes vitrales con una iluminación de abajo hacia arriba, que de noche se verían espléndidos y de día seguramente dejaban pasar una gran cantidad de luz al interior. En otros edificios, aprecié claramente los remates terminados escalonadamente, tenían puertas ochavadas y decoraciones de lujo con granito y mármol. Un deleite para la mirada de un maestro tan apasionado de la arquitectura como yo.

En mi primer día de clase me dediqué a platicarle a mi grupo la historia del Art Déco tomando como referencia la arquitectura presente en los edificios de la prepa, el grupo estaba verdaderamente encantado de saber que este estilo surgió en los años 20 y de tener una representación del estilo en su escuela. Así transcurrieron las clases y el grupo estaba realmente interesado en mi cátedra y en la forma en la que estábamos trabajando, hasta que empecé a notar algo extraño.

Normalmente llegaba a la prepa a la hora de la comida para comer en la cafetería de la escuela, pues los postres eran muy atractivos y deliciosos, las veces que fui había poca gente entre estudiantes, administrativos y tal vez algunos maestros, pero siempre encontraba la misma mesa desocupada. No le puse mucha atención pues lo atribuí a la hora en la que llegaba a comer.

La sala de maestros era muy cómoda y acogedora, había revistas, libros, servicio de cafetería, computadoras para trabajar en lo que uno quisiera y una pequeña terraza para trabajar al aire libre, realmente un espacio excepcional para los maestros; al inicio, encontré ahí a algunos trabajando en los diferentes espacios o platicando entre ellos, pero con el paso del tiempo la sala se fue quedando más vacía y llegó un momento en el que sólo yo permanecía en ella después de mi clase consultando en Internet o tomando café alrededor de las nueve de la noche.

En el tiempo que estuve dando clases en esa escuela me sucedieron cosas que jamás me habían pasado, bloqueos en los caminos, vándalos que tomaban el transporte o descomposturas del mismo con lo cual, siendo el único transporte y la única vía para llegar a la prepa, ni yo ni el resto de las personas que tomábamos ese transporte podíamos llegar a nuestros destinos.

Un día me cayó un chubasco enorme y antes de entrar a la prepa fui a una tienda de ropa que estaba en la zona, le pedí al tendero algo para cambiarme la ropa mojada, comentándole que apenas si tenía tiempo de llegar al trabajo.

-¿En dónde trabaja joven? -me preguntó. En la prepa -respondí señalando la escuela.

-¿Y no le da miedo? –preguntó. ¿Miedo? -pregunté ahora yo, y volví a preguntar-,¿por qué habría de darme miedo?

-Porque cuentan que ahí espantan, por qué cree que casi nadie viene a la escuela a estas horas, claro, como todo, dicen que es una leyenda, vaya usted a saber.

Compré lo necesario para no estar tan mojado y me dirigí a la escuela para iniciar mi clase, ese día, el equipo de trabajo falló y Juanito, un señor ya grande encargado de los salones y del material, me ayudó para que pudiera dar mi clase.  Al salir a buscarlo, me llamó la atención que todo el edificio estuviera a oscuras, tanto salones como pasillos, y extrañado le pregunté:

-Juanito, ¿qué pasó? ¿por qué está todo a oscuras?

A lo que él respondió:

-Es que sólo usted y su grupo están en el edificio, nadie da clases aquí más que usted.

- ¿Solo yo? -dije extrañado.

-Sí, no hay nadie más, por eso tengo todo apagado -y repitió- solo usted y su grupo se encuentran en el edificio.

Me quedé pensando, “¿sólo nosotros?” Pues, ¡si son las siete de la noche!

Ese día, al terminar la clase, decidí salir por otro lado para conocer un poco más del edificio y de la escuela, caminé por los pasillos a media luz hasta llegar a una puerta, la crucé y sólo vi árboles en medio de la noche, como un bosque, no había gente ni autos estacionados o algún camino, sólo el suelo mojado por la tormenta que había caído, sentí miedo pues no sabía realmente en qué parte de la escuela me encontraba, regresé rápidamente y en uno de los pasillos de repente me encontré de frente con Juanito.

¡Qué susto me dio! -casi grité. Él sólo dijo: "La salida es por allá profesor".

 Salí lo más rápido que pude, entré al baño, pero estaba vacío y mejor decidí ir al de la sala de maestros pensando en encontrar a alguien ahí, pero también estaba vacía. Recobré la tranquilidad y salí de la prepa caminando por el estacionamiento hasta llegar al filtro de entrada y salida para dirigirme a casa.

Durante todo el camino fui pensando en si realmente hubiera una leyenda o no, en si realmente espantaban o si existiera alguna historia que alguien o nadie conociera, lo que sí sabía era que lo sucedido ese día y las situaciones extrañas para mí me provocaban escalofríos, por lo cual terminé renunciando a mi trabajo en la prepa Sureña.


Perspectivas

Erin Armstrong

Es sábado al mediodía, hora en que la mayoría de las personas salen al centro de la ciudad ya sea para ir a comer, a comprar algo o simplemente a pasear.

Por la calle de Madero iban entre la multitud Sara y su amiga Paula, ambas disfrutaban enormemente el sabor de un delicioso helado de chocolate que acababan de comprar en la heladería. Sara estaba muy contenta pues Paula estaba de visita en la ciudad, hacía un año que se había ido a estudiar a otro lugar y ahora en sus vacaciones decidió visitar a su entrañable amiga Sara. Paula le contaba entusiasmada a su amiga cómo era la vida estudiantil en su escuela, lo interesante que eran sus clases y en los ojos se le notaba la ilusión y el amor con el que hablaba de un chico con el que estaba saliendo.

Hablando de su chico ideal Paula recordaba con emoción aquellas ocasiones en las que juntos habían ido a tomar café o helado en la cafetería de la escuela. Sara la escuchaba con atención e imaginaba emocionada las citas de su gran amiga.

Ambas estaban en las nubes con la plática y disfrutando de su helado, que ninguna de las dos se percató de que un adoquín de la calle estaba suelto y fuera de su lugar; seguramente alguna de las dos caería, pues iban caminando justo en esa dirección; y efectivamente, al llegar donde el adoquín, Paula tropezó con él tan intempestivamente que no le dio tiempo de nada, sólo atinó a poner las dos manos en el suelo y enconcharse, logrando dar una maroma en el suelo pues el impulso había sido muy fuerte.

Llena de vergüenza y con la mente en blanco por lo ocurrido, logró incorporarse de inmediato, sacudiendo y acomodando su ropa antes de que alguien se diera cuenta de su caída, cosa que no había ocurrido pues toda la gente que venía detrás de ellas vio la espectacular caída de Paula. Sara y ella se quedaron mirando asustadas por unos segundos para luego echarse a reír a carcajadas pues el helado de Paula había quedado embarrado en su cara y ropa, y el de Sara, en su intento por detener a su amiga había quedado tirado en el suelo y sólo había quedado el barquillo vacío en su mano.

Ambas retomaron su camino riendo y platicando hasta que llegaron a la heladería a comprar un nuevo helado, pero ahora de vainilla pensando en que el anterior les había dado mala suerte.

***

Al fin mi primer sábado de vacaciones y qué mejor que pasarlo con mi mejor amiga Sara. Hemos sido amigas desde el kínder y ahora que nos separamos para irme a estudiar a otra ciudad, la extraño mucho, por eso estas vacaciones no las podía dejar pasar sin venir a visitarla a la CDMX.

Fuimos a la heladería por un rico helado de chocolate, nuestro favorito; nos encanta en barquillo porque solíamos hacer competencias para ver quién metía más rápido la bola de helado dentro del barquillo para luego comerlo. Hoy no competiremos pues mientras damos un paseo por Madero -que, por cierto, hay más gente que de costumbre-, quiero platicarle a Sara sobre mi nueva escuela, pero lo que más le quiero contar es sobre Mauricio, Mau, como le llamo de cariño. A Mau lo conocí el semestre pasado en la escuela y hemos salido varias veces a tomar capuchino o helado -de chocolate-, me encanta, es un chico fascinante, además de ser guapo es muy inteligente y va al gimnasio, por lo que tiene un cuerpo atlético.

 Justo eso le estaba platicando a Sara cuando de la nada tropecé con no sé qué, la verdad ni cuenta me di si había algo en el piso, no me dio tiempo de nada, sólo recuerdo haber rodado por el piso con un impulso tan fuerte que me hizo levantarme al instante sin saber siquiera qué había pasado.

Me incorporé de inmediato antes de que alguien me viera, -pues qué pena caerse en medio de tanta gente-; como si nada, medio arreglé mi cabello suelto, me ajusté la blusa y sacudí mi pantalón, Sara estaba a mi lado mirándome con susto, yo la miraba igual pero después se echó a reír con tantas ganas que me contagió.

Entonces ella dijo:

 -Si vieras tu cara, está llena de helado.

Yo seguí riendo cuando en su mano vi el barquillo sin helado, cosa que me hizo reír aún más pues ella no se había dado cuenta.

Entonces le dije: 

-Si vieras tu barquillo, está sin helado.

Ambas reímos aún más mientras nos dirigíamos nuevamente a la heladería por otro helado, pero ahora de vainilla, digo, por si el de chocolate nos había traído mala suerte.

***

Me encanta la vista desde esta oficina, volteas a la izquierda y ves el zócalo con la hermosa y ondeante bandera, miras hacia a la derecha y alcanzas a ver la torre Latino y al frente puedes ver la heladería, la cafetería y la óptica en donde me graduaron mis lentes.

Cómo me gustan los fines de semana pues desde aquí se puede ver a toda la gente paseando por la calle, - ¿son gemelas?-, no, no lo creo, solo vienen vestidas igual, pero es que hasta en los helados se parecen, bueno, casi, desde aquí no se ven tan claros los detalles.

Quién sabe de qué tanto hablarán, van súper metidas en su plática que ni siquiera comen el helado, si no se lo van a comer, me lo deberían de dar a mí, yo con gusto me comería los dos.

No pues sí se ve que está interesante la plática ya llevan un buen rato poniéndose atención la una a la otra, ¿y esa maroma?, ¿es parte de la plática?, ¿está hablando de bulto?, no, no está hablando de bulto, ¡se cayó! ¡Ay no, qué risa! Su cabello tan peinado que lo traía está todo enmarañado, aunque se lo está acomodando, no le quedó igual, ¡está toda embarrada de helado! Así ya no parecen gemelas, Me gana la risa de nuevo. Bueno, lo mejor fue que no le pasó nada, al menos eso parece, pues las dos están a carcajada batiente; pero qué… a la otra… ¿qué le pasó? Ah, ya vi, se le cayó el helado, ¡Qué risa!

Qué caída tan espectacular, nunca había visto a alguien caerse y levantarse tan rápido. Pero qué mala onda, los chavos que venían atrás en lugar de acercarse a ver si estaba bien, están muertos de la risa, y yo también, pero yo estoy lejos y de aquí a que bajo, ellas ya ni siquiera van a estar ahí.

Ya se van, ¡ah!, van a reponer su helado, bueno, lo bueno es que van a seguir disfrutando de su paseo sabatino, yo regresaré a trabajar pues ya me distraje un poco admirando el panorama.

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