Claudia Palacios


POEMAS

Caligrama


💜


La mujer del poeta

Hermosa mujer del poeta,

con tan perfecto canto;

amiga y cómplice del alma,

valiente y honesta musa.

 

Corazón vivo de letras,

tesoro tan sublime,

digno de compartir;

rosa amarilla de recuerdos.

 

Llanto triste:

divino canto

de un hermoso canario.

 

Musa de las mil caras,

necesaria para la misma humanidad,

necesaria en el milagro de la muerte;

dulce morfina para el corazón,

¡Oh bella esposa del poeta!

💜


Mariposas

Quien dice que es normal

usar el rosa o el azul.

Quien dice que el amor,

es una mera formalidad.

 

Quien dice que existen

sólo dos caminos para amar.

Si existen muchos caminos, para alcanzar la felicidad.

 

Sangre sin lustros.

Guerra vital de mil años;

león brillante durante la oscuridad.

Armadura de ciprés y bambú,

océano de penas e ilusiones.

¡Muerte por exclusión y abandono!

 

Por qué no son una

ni cien mariposas…

las que no pueden brillar

a la luz del Sol.


CUENTOS


Recuerda el ayer 

He ido por la vida a tu lado desde aquel momento dónde pensaste que tus 17 años eran suficientes como para pedir un automóvil, tan fugaz y vago recuerdo para mí ahora, porque ya no soy como antes, y lo sabes bien.

Lo peor es que lo sabes… No quiero pensar.

En lo inservible qué crees que soy ahora.

Puedo notarlo, puedo notar cómo desvías la mirada a otros automóviles más veloces, más lujosos o incluso con colores más coloridos que yo, y no puedo evitar sentirme triste, nostálgico y partido a la mitad por no poder responder a los anhelos que tú deseas, a los anhelos que tú necesitas; prefiero pensar en la forma en la que corríamos juntos por las lentas tardes de verano dónde ambos creíamos que el mundo era nuestro, y que no importaba nada más; con el aire chocando contra mis vidrios y las llantas pasando a varios kilómetros sobre el pavimento caliente, y me sentía vivo.

Sentía que todo era mío, que podíamos estar de esta manera por miles y miles de años, pero el tiempo avanza, cambia y destruye. De ser un simple adolescente de 17 años que se escapaba de casa a hurtadillas para salir a contemplar las estrellas en medio de la nada, pasaste a ser un chico de 18 años, preocupado por el mañana y, después fueron 20, luego 21, 25, 27, y cuando menos lo noté, tenías 32 años.

Y aquellas bermudas, esa playera azul celeste y esa sonrisa que parecía alumbrar toda la ciudad, se transformó en un pantalón formal, en una camiseta blanca con corbata y en un hombre mal humorado por el tráfico pesado.

Y sé que no soy igual.

Sé que ya no logro correr como antes, y trastabillo a veces, y te frustra, golpeas el manubrio con furia cuando antes tomabas ese mismo manubrio con tanta fuerza como si te sintieras en un cohete subiendo a la luna.

Y lloro.

Lloro porque no puedo ser como antes, no puedo dar marcha al tiempo atrás, ni puedo retomar todos aquellos kilómetros nuevamente dentro de mi metraje para estar juntos. Está mañana, quisiste tomar el auto de tu esposo, porque era más rápido que la “chatarra” que llamabas vehículo. Aceleraste apenas unos metros porque se te hacía tarde, cuándo en ese momento otro automóvil te embistió y no podía hacer nada.

No fue un golpe tan fuerte, creo que fue más fuerte mi susto que el impacto que habías recibido, solamente bajaste del coche para comenzar a discutir algunas cuantas oraciones, y después nada; subiste nuevamente al auto algo abollado que pareció verme con algo de lástima y retomaste el camino al trabajo porque ya era tarde.

Y no pude evitar sentirme mal, porque sé que, si fuera más rápido, más útil, más todo… Posiblemente no hubieras tenido que escoger otro auto.

Y sé que ya no soy como antes, pero por un simple segundo, aunque sea, te pido por favor, que recuerdes como era el ayer.

Cuando ambos corríamos por el mundo, como si este fuera nuestro y lo único que importaba… Es que fueras feliz.



Guerra

Anne no podía creer lo que estaba sucediendo a sus escasos 10 años, era hija del panadero y una costurera del pueblo. Asistía todas las mañanas al catecismo, siempre puntual a las ocho; inquieta, juguetona, y soñadora. Siempre tenía problemas con los adultos. No entendía por qué tantas normas, sufrimientos y odios. Siempre cantando, soñando con conocer el mundo y a la numerosa gente que hay en él.

En la mañana del domingo 21 de mayo, Anne despertó y apresuradamente corrió hacia la iglesia, pero algo en el pueblo era diferente. Había murmullos entre los adultos, iban y venían. Escuchó decir que se habían visto tropas de soldados a la lejanía y que estarían llegando al atardecer, que se habían descubierto a los rebeldes, opositores del gobierno que había causado más de una injusticia al poblado. Conforme avanzaba más y más escuchaba infinidad de cosas, exactamente por las calles de un lugar que había conocido toda su vida, pero que ahora resultaba tan extraño.

Al atardecer, sus padres comenzaron a correr hacia el zócalo, en donde se encontraba la iglesia, el edificio municipal y el mercado. Se observaba cómo los soldados tenían a hombres sin camisa, ensangrentados, formados uno tras otro; amarrados de pies a manos y con los ojos vendados. Todo el pueblo comenzaba a juntarse, escuchándose gritos. 

-        ¡Libérenlos, es una injusticia!

Comenzaron a encender antorchas para iluminar aquella horrible escena. Anne reconoció a uno de los hombres, era su profesor.

-        ¡Profesor Antony! –gritó Anne.

Su madre la sujetó con fuerza de sus pequeños hombros para evitar que está corriera en su dirección. Todo aquello se volvió un caos. Cuando Anne se escondió entre el vestido y delantal de su madre se escucharon una ráfaga de disparos, eso le hizo pensar que los habían matado.

Comenzaron los gritos de las mujeres y sonaron las campanas de la iglesia del pueblo.

 

Al amanecer en casa, Anne no podía entender qué fue todo eso, lo que pasó en la noche anterior, ¿había sido una pesadilla? La pequeña aferrándose al regazo de su madre, le preguntó qué es la guerra.

Su madre contestó con voz entrecortada y ojos húmedos:

La guerra es un acto de odio, que no permite, que el alma pueda llenarse de felicidad y amor. Que hace que la humanidad se hunda en una inmensa oscuridad. El mal que surge de un acto que está lleno de barbarie y que está presente en todo el mundo. Y es tan triste que exista por el capricho y el egoísmo humano.



La pregunta eterna

Julieta caminaba rumbo a la biblioteca central de la facultad de ciencias, ese mismo camino que ha recorrido cientos de veces. En el pasillo central de la facultad existen vitrinas, en donde se pueden observar los innumerables reconocimientos y premios que le han otorgado a la Universidad.

Acaba de terminar su maestría en filosofía de la ciencia, siempre ha pensado que vivimos en un universo asombrosamente complejo, haciéndose las preguntas: “¿Porque estamos aquí? De dónde venimos”.

Junto a Lewis han iniciado un asombroso y desafiante estudio para poder comprobar la existencia de las dimensiones arriba, abajo, encanto, extraño, fondo y cima; comprobando con esto que no solamente existe la gravedad y el electromagnetismo en el universo. Existen mundos paralelos. Se la pasan todos los días en el laboratorio entre telescopios y realizando infinidad de ecuaciones.

Lewis es el eterno enamorado de Julieta, se conocieron al inicio de la carrera. Megan, mamá de Lewis, siempre le ha dicho que la mujer que él decida que será su mujer algún día, antes debe ser su mejor amiga. Anhela con todo el corazón que Julieta sea su esposa, que sean como los Curie, Marie Curie y Pierre Curie.

Con el pasar de los años ha ido creciendo la admiración y amor por Julieta, no existe otra mujer. Todo su mundo gira alrededor de los deseos y fantasías de ella. Ha pasado mucho tiempo y ya se sienten en el total fracaso, tanta monotonía, la misma rutina. Todo automatizado. La dirección y fundación les están exigiendo avances.

Lewis invita a Julieta a salir de fiesta, para distraerse. Aprovechará para pedirle que sea su novia. Llegan a la discoteca, piden tragos y entonces la invita a bailar. Afuera de la discoteca, en la puerta de emergencia llega un vehículo y descienden dos hombres. Se dirigen a las escaleras. Es una noche de Luna llena. Traen la consigna de encontrar a Julieta. Una mujer se queda a la espera al interior del vehículo.

Julieta en el centro de la pista. El latido de su corazón baila conforme a la melodía en la discoteca suena, continúa moviendo sus caderas suavemente, simplemente danzando como si fuese el último día de su vida.

¿Qué es tiempo? ¿Qué es la vida en sí?

Se detiene, siente la necesidad imperante de salir a toda prisa de la discoteca, se siente observada por miles de pulsaciones que recorren todo su cuerpo, sale a las escaleras que parecen ser miles en cada escalón, y un agudo más, el sonido de los tacones y otro delirio ante el miedo inexplicable de ir bajando aquellas escaleras infinitas.

Una sombra va tras ella y comienza a correr las escaleras a duras penas; trastabilla. Y cuando se da la vuelta puede ver su propia sombra, es igual a ella.

Sus mismos ojos,

su mismo cabello.

Y entonces siente el frío cuchillo contra su abdomen.

 

Y después… Nada.

Donde antes estaba,

donde antes respiraba,

ahora ya no hay nada.

 

Ni la sombra de lo que era, ni su aliento, simplemente.

 

Ya no hay nada.

 

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